Tuesday, 4 September 2007

Howard Fast

" A la puesta del sol, pero también al alba, hay días en que el río semeja oro líquido, y ello ocurre sobre todo cuando fluye sobre la llanura, con la ciudad de Jericó de un lado, y del otro los bosques de acacias y las altas colinas de Galaad. Es el río Jordán. Pero hace mucho, mucho tiempo, para el pueblo que llegó luego de atravesar las llanuras secas y marchitas y el desierto ardiente, y que por primera vez veía el río entre el follaje verde de las acacias, era un milagro vital y alimenticio que trascendía a la mera existencia del agua. Como necesariamente debía ocurrir, lo llamaron Nahar Zahav, el río de oro, y los bosques de acacias fueron para ellos el bosque sagrado de Sittem. Cuando por primera vez llegaron a la orilla de este río de oro, trajeron consigo el recuerdo de un antepasado que otrora había vivido sobre la tierra que se extendía del otro lado del río. También trajeron consigo el polvo seco y la ardiente memoria del desierto, el recuerdo del infinito vagabundear beduino, del hambre insatisfecha y de la sed no saciada. Penetraron por este recuerdo hondo y seco, contemplaron, del otro lado del río, los verdes prados y colinas de las tierras de Canaán. Allende el río había también otras cosas, que a los errabundos habitantes del desierto se les antojaban inverosímiles..... y hombres de guerra, cubiertos de relucientes armaduras, que montaban carros de altas ruedas.

El pueblo vagabundo del desierto no temía a los hombres de relucientes armaduras. Muchas cosas temían, pero no a los hombres armados, pues el pueblo vagabundo armaba a sus hijos casi en el momento de destetarlos. Pero cuando el pueblo vagabundo llegó por primera vez a la orilla del río era sólo un puñado de hombres, una familia, un clan. A pesar de todo, cruzaron el curso de agua, atraídos por los verdes campos como una astilla de hierro es atraída por un imán; y cuando fueron rechazados se defendieron con una furia que los habitantes de Canaán no habían visto jamás. Pero los cananeos nunca habían sabido lo que era contemplar los verdes prados desde las ardientes arenas del desierto, y por consiguiente nunca comprendieron por qué el pueblo vagabundo luchaba con tan terrible furia. Una y otra vez el pueblo vagabundo tornó a cruzar el río, y una y otra vez fue rechazado. Pero con el correr de los años el lenguaje de los cananeos acuñó e impuso un nombre para este pueblo. Se los llamó " los del otro lado del río"; en idioma cananeo, Ivri, síntesis de significado y de amenaza en una sola palabra. Con el tiempo, la palabra se convirtió en hebreo. "


fragmento de Josué, el guerrero judío tomado de El poder de la palabra

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