Ya me reconcilié con los restos de mi pueblo,
mas con los pequeños remanentes del pueblo mío no me he reconciliado todavía.
Día a día enseño a los treinta alumnos de mi clase
y sus sesenta ojos ven en mí diariamente a un Todopoderoso,
y sus sesenta manitas, como si se apoyaran en mí
y sus sesenta piernecitas corren cuando grito
¡A la fila, niños!
Por eso, me parece, cada día
que no sesenta
sino sesenta miríadas de otros ojos
– de aquellos que no pude socorrer
están frente a mí.
Sesenta miríadas de piernecitas, que no pueden correr
cuando grito
"¡A la fila, niños!"
Y son otras sesenta miríadas de manitas, magras y quemadas
que indican pidiéndome el uso de la palabra
tomado de poeticas
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