Friday, 19 June 2009

Sholem Aleijem

"Max Berliyant era un tipo astuto que viajaba entre Lodz y Moscú varias veces al año. Conocía a todos los propietarios de todas las cantinas y restaurantes de todas las estaciones y estaba en buenas relaciones con todos los revisores. Viajaba hasta las lejanas provin­cias donde le está prohibido a un judío permanecer más de veinticuatro horas; las había pasado moradas en docenas de puestos de policía; sufrió multitud de hu­millaciones, contrariedades y vejaciones —y todo por causa de los judíos—. Es decir, no a causa de la existencia de los judíos, sino porque él mismo —¡que no se entere nadie!— era judío. Y no tanto porque él mismo fuera judío, sino por el hecho de que, ¡ay del ay!, parecía judío. Era por su cara. ¡Oh, qué cara tan judía! Ojos negros fulgurantes y pelo negro lustroso, pelo semítico a fe mía. Su pronunciación, con aquella erre gutural, era puro asesinato, judía hasta la medula. Y tenía una nariz, para remate... ¡qué nariz!

Y por si fuera poco, nuestro héroe estaba castigado a la clase de ocupación (era viajante de comercio) con la que tenía que seguir —y exponer— a su nariz a lo largo y ancho del mundo entero, y hablar, hablar sin descanso. En otras palabras, tenía que ser visto y oído. En resumen, era un ser digno de compasión.
En represalia, nuestro héroe tomó venganza en su barba: se la cortó. Siempre lucía los mejores trajes, incluso una corbata de lo más extraordinario que su abuelo, se lo aseguro a ustedes, habría empleado para atar paquetes. Tenía el bigote rizado y se dejaba cre­cer una larga uña en su dedo meñique. Tuvo que irse acostumbrando a las comidas de las cantinas y derramó su amargo corazón en las chuletas de cerdo. ¡Ojalá sucumbieran todos los puercos con la mitad de las plagas que Max les deseó la primera vez que probó carne de cerdo! Pronto —no había más remedio— arriesgó salud y vida y empezó a comer lan­gostas.

¿Por qué digo que arriesgó salud y vida? Que sus enemigos conozcan tanto de la buena salud como Max Berliyant conocía de langostas. No tenía la más ligera noción de cómo vérselas con una. ¿Se corta con un cuchillo, se pincha con un tenedor, o se traga entera?

Pero a pesar de todas estas concesiones por su parte, Max no podía ocultar su judaísmo, ya de sus propias gentes o de los extraños. Le descubrían más rápidamente que a una moneda falsa, igual que al mal­dito Caín; y donde quiera que fuera se le hacía en­tender quién era y lo que era. En una palabra, era un ser digno de compasión..."
fragmento de "Dos Antisemitas" de "Dos Antisemitas y otros relatos"

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