Doña Clara
En el jardín, al declinar la tarde,
pasea la hija del alcalde a solas:
música suena, fuera del alcázar,
de atabales y trompas.
»¡Cuán me fatigan las insulsas danza!
¡Cómo me aburre la trivial lisonja,
y ese tropel de insípidos donceles
que al sol me parangonan!
»¡Cómo me aburre y me fatiga todo
desde que, al rayo, de la luna, absorta,
al galán vi, cuyo laúd en la alta
ventana me aprisiona!
»Gallardo, altivo, pálido el semblante,
y ardiendo en él pupilas luminosas,
juzgué, cuando le vi, ver a San Jorge
bajando de la gloria.»
Así, clavando en tierra la mirada,
piensa la bella; cuando en sí retorna,
el gallardo galán desconocido
a sus plantas se postra.
A la luz de la luna, de las manos
cogidos van en plática amorosa;
el céfiro los besa y acaricia;
les saludan las rosas.
Las rosas les saludan, cual si fueran
mensajeros de amor, y se arrebolan.
–¿Por qué, mi bien, tu seductor semblante
vivo carmín colora?
–Picáronme mosquitos, dulce dueño,
y en verano me irritan y trastornan,
cual si fuesen de hebreos narigudos
abominable tropa.
–Déjate de mosquitos y de hebreos,
dice el galán que tierno la enamora:
en blanquísimos copos los almendros
sus pétalos deshojan.
En blanquísimos copos los almendros
te dan, mi bien, su delicioso aroma:
dime, tu corazón ¿es todo mío?
¿Es mía tu alma toda?
–¡Toda, sí! Te lo juro, dulce dueño,
por el Dios Redentor que mi alma adora,
por aquel a quien pérfidos judíos
dieron muerte afrentosa.
–Deja al Dios Redentor y a los judíos,
dice el galan que tierno la enamora:
mira los lirios, que en fulgor bañados,
columpian sus corolas.
Mira los lirios, que en fulgor bañados,
contemplan las estrellas brilladoras.
Di, mi bien, en tus tiernos juramentos,
¿de falsedad no hay sombra?
–No hay en mí falsedad, oh dulce dueño,
como en mi sangre, que mi estirpe abona,
de sangre de judíos ni de moros
no hay siquiera una gota.
–Déjate de judíos y de moros,
dice el galán que tierno la enamora;
y a un bosquecillo de frondosos mirtos
en brazos la transporta.
En las redes de amor ya está prendida:
largos los besos, las palabras cortas;
con fuerza igual en ambos corazones
la pasión se desborda.
El ruiseñor amante, en la enramada,
ya los nupciales cánticos entona;
las luciérnagas saltan y en el césped
fingen danzas de antorchas.
Escúchase, no más, en el silencio,
como apagadas y furtivas notas,
el susurro discreto de los mirtos
y el beso de las rosas.
Suena dé pronto en el vecino alcázar
música de atabales y de trompas;
despierta la doncella, y de los brazos
huye que la aprisionan.
–Las músicas me llaman, dulce dueño;
pero no marches, sin que el labio rompa
del nombre tuyo el pertinaz secreto,
que a tu amante ya enoja.
Apacible sonríe el caballero;
besa después la mano de la hermosa;
besa después su nacarada frente;
besa después su boca.
Y dice: –Yo, tu amante, noble dama,
el hijo soy de quien las gentes honran;
del docto y venerable gran Rabino,
Jacob de Zaragoza
En el jardín, al declinar la tarde,
pasea la hija del alcalde a solas:
música suena, fuera del alcázar,
de atabales y trompas.
»¡Cuán me fatigan las insulsas danza!
¡Cómo me aburre la trivial lisonja,
y ese tropel de insípidos donceles
que al sol me parangonan!
»¡Cómo me aburre y me fatiga todo
desde que, al rayo, de la luna, absorta,
al galán vi, cuyo laúd en la alta
ventana me aprisiona!
»Gallardo, altivo, pálido el semblante,
y ardiendo en él pupilas luminosas,
juzgué, cuando le vi, ver a San Jorge
bajando de la gloria.»
Así, clavando en tierra la mirada,
piensa la bella; cuando en sí retorna,
el gallardo galán desconocido
a sus plantas se postra.
A la luz de la luna, de las manos
cogidos van en plática amorosa;
el céfiro los besa y acaricia;
les saludan las rosas.
Las rosas les saludan, cual si fueran
mensajeros de amor, y se arrebolan.
–¿Por qué, mi bien, tu seductor semblante
vivo carmín colora?
–Picáronme mosquitos, dulce dueño,
y en verano me irritan y trastornan,
cual si fuesen de hebreos narigudos
abominable tropa.
–Déjate de mosquitos y de hebreos,
dice el galán que tierno la enamora:
en blanquísimos copos los almendros
sus pétalos deshojan.
En blanquísimos copos los almendros
te dan, mi bien, su delicioso aroma:
dime, tu corazón ¿es todo mío?
¿Es mía tu alma toda?
–¡Toda, sí! Te lo juro, dulce dueño,
por el Dios Redentor que mi alma adora,
por aquel a quien pérfidos judíos
dieron muerte afrentosa.
–Deja al Dios Redentor y a los judíos,
dice el galan que tierno la enamora:
mira los lirios, que en fulgor bañados,
columpian sus corolas.
Mira los lirios, que en fulgor bañados,
contemplan las estrellas brilladoras.
Di, mi bien, en tus tiernos juramentos,
¿de falsedad no hay sombra?
–No hay en mí falsedad, oh dulce dueño,
como en mi sangre, que mi estirpe abona,
de sangre de judíos ni de moros
no hay siquiera una gota.
–Déjate de judíos y de moros,
dice el galán que tierno la enamora;
y a un bosquecillo de frondosos mirtos
en brazos la transporta.
En las redes de amor ya está prendida:
largos los besos, las palabras cortas;
con fuerza igual en ambos corazones
la pasión se desborda.
El ruiseñor amante, en la enramada,
ya los nupciales cánticos entona;
las luciérnagas saltan y en el césped
fingen danzas de antorchas.
Escúchase, no más, en el silencio,
como apagadas y furtivas notas,
el susurro discreto de los mirtos
y el beso de las rosas.
Suena dé pronto en el vecino alcázar
música de atabales y de trompas;
despierta la doncella, y de los brazos
huye que la aprisionan.
–Las músicas me llaman, dulce dueño;
pero no marches, sin que el labio rompa
del nombre tuyo el pertinaz secreto,
que a tu amante ya enoja.
Apacible sonríe el caballero;
besa después la mano de la hermosa;
besa después su nacarada frente;
besa después su boca.
Y dice: –Yo, tu amante, noble dama,
el hijo soy de quien las gentes honran;
del docto y venerable gran Rabino,
Jacob de Zaragoza
de "El Cantar de los Cantares"
1 comment:
Preciosa poesia, pero eso es lo que se llama meter la gamba ;)
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